Comunicación gubernamental
La disrupción
tecnológica, que por su propia concepción sugiere transformaciones que
descompaginan las tradiciones para encarar nuevos emprendimientos, no siempre
se cumplen en comunicación, o por lo menos no con la fuerza capaz de mutar sus
paradigmas. Es cierto que hay cambios en la digitalización de los sistemas
comunicativos, en las construcciones discursivas descentralizadas de los
prosumidores, en los lenguajes telegráficos y en el impulso invasivo de la
inteligencia artificial, pero en su esencia, existen campos en los que las
tecnologías digitales están impulsando transiciones en reversa, reponiendo
procesos superados.
Uno de estos
procesos es el retorno a los tiempos de los mediacentrismos, en los cuales a
los medios masivos de comunicación se les otorgaban poderes omnímodos. En
nuestros días, esta concepción se traslapa a las redes sociodigitales y,
especialmente al ChatGPT, que se apologizan concediéndoles reinados de dominio
discursivo. En interdependencia con este proceso, resurgen las recetas
difusionistas que confunden publicidad, propaganda y marketing con
comunicación, revitalizando las campañas como una especie de pócimas con
poderes divinos.
Estas regresiones
comunicacionales, en el continente están ocurriendo con particular energía en
la comunicación gubernamental, no importando el tipo de gobierno o país, ni si
es de nivel nacional, regional o local. Los poderes se están amparando en los
cánones propagandísticos y los están dinamizando con intensidad, en la creencia
que estos giros de vaciamiento de mensajes en las ciudadanías les reportan
adhesiones y posicionamientos. Pregunto a mis lectoras y lectores: ¿ven, leen o
escuchan los spots televisivos, las cuñas radiales, los artes de prensa, los
hashtags, los podcasts y los tiktoks con propaganda de las acciones de los
gobiernos, de las gobernaciones y de los municipios?, ¿les gustan?, ¿les
sirven?, ¿estarán contribuyendo a generar entendimientos entre gobernantes y
poblaciones?
En la realidad,
diversos estudios en distintos países dan cuenta de la modesta efectividad de
estas fórmulas y recomiendan superar el reduccionismo que se hace de la acción
política a la calidad de un producto comercial, así como de las ciudadanías a
una condición de clientes o consumidores. Muchos gobiernos, a pesar de la
intensidad informativa que despliegan por medios y por redes, sienten que les
falta acercamiento, complicidades, comprensión y acuerdos con la población. Se
impone un cambio de paradigma que conduzca las estrategias de comunicación
política gubernamental (cuando existen) del marketing a la comunicación, de la
difusión a la relación, del atosigamiento a la creatividad y de la linealidad a
la democracia comunicacional.
Para ello existen
lineamientos definidos, uno de los cuales, enfatizado en los escritos del
comunicólogo argentino Mario Riorda, sugiere que toda estrategia gubernamental
debe saber combinar comunicacionalmente el tratamiento de los news, o noticias,
o acciones específicas, con las views, o visiones de futuro garantizando
condiciones de vida digna con sostenibilidad. O sea que no basta propagandizar
las obras y las acciones, que en la percepción ciudadana son leídas como
obligaciones de los gobiernos con sus habitantes, sino que se tiene que
trabajar comunicacionalmente la narrativa del mito, del horizonte, del proyecto
histórico y de la visión de gobierno, involucrando en su proceso de
construcción a las ciudadanías, además, con esperanza, para recorrer con
entusiasmo los sinuosos caminos de los ciclos históricos con memoria larga.
Es muy común que
la comunicación política gubernamental, y otras, que se encajonan en la
difusión propagandística asuma a las ciudadanías como ánforas en las que se
vacían mensajes. Esto es insostenible en tiempos de prosumers
(productores/consumidores) y de empoderamiento ciudadano en la exigibilidad de
sus derechos. Las políticas gubernamentales tienen que partir del principio que
la realidad es una construcción social, donde los primeros significados que se
asignan a los hechos se labran en el lenguaje cotidiano de la gente y con el
que tienen que saber dialogar. El punto de partida comunicacional entonces no
son las promesas, acciones o imágenes gubernamentales, sino las
interpretaciones, los intereses, las definiciones, las ideas y los significados
que las ciudadanías le otorgan a la vida y a sus sentidos del mundo político.
Al final de cuentas, la legitimidad de una gestión gubernamental comunicacionalmente
depende de su capacidad para generar consensos que suponen adhesiones,
militancias, compromisos.
Resumiendo,
digamos que toda comunicación política gubernamental debe activar al menos
cinco dimensiones: una informativa, otra educativa, una tercera de
participación, la cuarta de investigación y una última, complementaria, de
posicionamiento y manejo de imagen. Articuladas funcionan mejor, pero si se
tuviera que priorizar una de estas dimensiones, sin la menor duda que se
tendría que optar por la participación de las ciudadanías haciéndose
protagonistas de la política y ejerciendo su derecho a la palabra. En
democracia un desafío permanente desde el campo de la comunicación política es
saber armonizar el demos (pueblo) y el kratos (poder), con un sentido
compartido de emancipación generadora de alternativas, innato a la
participación y al vivir bien ciudadano.