Qué son los “obesógenos”, las sustancias químicas que nos engordan incluso sin comer
Cuando oímos las palabras
“obesidad” o “sobrepeso”, automáticamente pensamos en comida poco saludable y,
como mucho, en sedentarismo.
Pero hay otro factor tan
poco conocido como omnipresente que nos puede estar provocando un aumento de
peso a pesar de llevar una vida sana.
Porque en los últimos años
se ha demostrado que determinados compuestos químicos presentes en el ambiente
también pueden tener un papel en el desarrollo de sobrepeso u obesidad en la
población.
Llamados obesógenos,
producen un aumento de la masa del tejido adiposo blanco o masa grasa solo con
exponernos a ellos a través de la ingesta (dieta), por contacto o mediante
inhalación de aire contaminado.
A día de hoy, en torno a 50
productos químicos han sido catalogados como obesógenos o potenciales
obesógenos.
Entre ellos están el famoso
bisfenol A, los bifenilos policlorados, los ftalatos, los éteres de
polibromodifenilos, las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas,
los parabenos, la acrilamida, los alquilfenoles, el dibutilestaño o algunos
metales pesados como el cadmio y el arsénico.
Forman parte de muchos
productos que usamos diariamente (detergentes, alimentos, envases de plástico,
ropa, cosméticos…), lo que complica evadir sus efectos.
Adipocitos
¿Y
cómo nos engordan?
En realidad, estas sustancias no provocan obesidad por sí mismas, sino que promueven el exceso de peso mediante diferentes mecanismos.
Por ejemplo, favorecen la
proliferación y la diferenciación de adipocitos. O, dicho de otro modo,
incrementan el número y tamaño de esas células encargadas de acumular grasa.
Tal aumento en el tejido
adiposo blanco puede contribuir a la obesidad y las enfermedades metabólicas
relacionadas mediante reacciones de inflamación y estrés oxidativo,
susceptibles a su vez de provocar la acumulación de glucosa y de ácidos grasos
en diversos órganos, especialmente el hígado.
Así mismo se ha observado
que la exposición a sustancias obesógenas puede alterar la acción de hormonas
–como las sexuales o las tiroideas– relacionadas con la diferenciación de las
células adiposas, la ganancia del peso y el metabolismo.
Y por si fuera poco, la
microbiota intestinal también puede verse afectada por la acción de estos
compuestos.
Hablamos de millones de
bacterias que regulan la absorción de lípidos, entre otras funciones, por lo
que su deterioro puede provocar enfermedades metabólicas como la diabetes tipo
2 o la obesidad.
Exposición
temprana
Los potenciales efectos de
los obesógenos varían según el momento en el que se produce la exposición.
Las fases más vulnerables
son las más tempranas de la vida: la etapa fetal y la primera infancia, cuando
el desarrollo es muy rápido y coordinado.
Por eso, la alteración de
este proceso tan sensible puede tener un impacto en nuestra salud a largo
plazo.
Es lo que explica la
Hipótesis de los Orígenes de la Salud y Enfermedad en el Desarrollo (o hipótesis
DOHaD).
Según postula, el ambiente que
rodea a una persona durante su desarrollo temprano puede provocar cambios
fisiológicos que la hagan más vulnerable a ciertas enfermedades a lo largo de
su vida.
Dichas modificaciones pueden
persistir incluso cuando el “estresor” ya no está presente.
¿Y
esto puede suceder en el caso de la obesidad?
Pues la evidencia científica
parece indicar que sí.
La exposición a los citados
tóxicos durante momentos críticos del desarrollo es capaz de promover cambios
epigenéticos, o sea, modificaciones en el ADN que no afectan a la secuencia del
mismo.
Esto puede cambiar la
expresión de los genes y, por consiguiente, las funciones de las células, lo
que aumentaría la susceptibilidad de desarrollar obesidad y otras enfermedades
metabólicas.
Pero aún hay más.
En estudios realizados con animales se ha observado que estas modificaciones pueden ser transmitidas a las generaciones posteriores.
Es decir, los cambios se “heredan” de padres/madres a hijos/as.
¿Cómo evitarlos?
Sabiendo todo esto, ¿qué
podemos hacer para eludir la exposición a los obesógenos?
Aunque, como hemos
comentado, convivimos con ellos en nuestro día a día, algunas prácticas a nivel
individual pueden ayudarnos a sortearlos.
Aquí
algunos consejos:
No fumar
Disminuir el consumo de
alimentos y bebidas envasados
Reducir el uso de plásticos,
así como de ciertos cosméticos y lociones
Limitar el consumo de
alimentos con pesticidas
Reciclar y reutilizar todo
lo que podamos
Por otro lado, las
autoridades de salud pública y de medio ambiente deberían desarrollar
estrategias políticas para disminuir la exposición de la población a estas
sustancias, también poniendo foco en las desigualdades sociales en salud.
Junto a esto, es necesario
seguir investigando sobre los efectos de los obesógenos.
Así se podrán tomar con
conocimiento de causa las decisiones que nos afectarán a todos y todas, a los
que estamos y a los que vendrán.