Sergio Massa: Ministro de día, candidato de noche en Argentina
Desde que debutó en política
en la adolescencia, Sergio Tomás Massa ha querido ser presidente de Argentina.
Amigos y enemigos le reconocen una cualidad: la persistencia. Ambicioso y
temerario como pocos, intentó conquistar la presidencia por su cuenta en 2015 y
fracasó. A los 51, el hijo pródigo del peronismo pelea de nuevo por el puesto,
esta vez con el respaldo de toda la maquinaria partidaria. Este domingo, por
primera vez desde que asumió como ministro de Economía hace 11 meses, Massa
estuvo arropado en un acto público por el presidente, Alberto Fernández, y su
vice, Cristina Fernández de Kirchner. El motivo fue la inauguración de la mayor
obra de infraestructura energética de este Gobierno, el gasoducto Néstor
Kirchner.
“Frente a aquellos que
plantean que Argentina es un país de frustración, de fracaso, sin destino, sin
futuro, en el que está todo mal, hoy es uno de esos días en los que aparece en
el alma y el corazón de cada argentino el orgullo de ser argentinos”, dijo
Massa entre aplausos.
El peronismo eligió el 9 de
julio, día de conmemoración de la independencia de Argentina, para celebrar lo
que considera un paso “histórico” hacia la recuperación de la soberanía
energética. El primer tramo del gasoducto recorre 750 kilómetros a lo largo de
cuatro provincias desde la formación de hidrocarburos no convencionales de Vaca
Muerta, en Neuquén, hasta Salliqueló, en el corazón de Buenos Aires. Permitirá
ahorrar más de 4.000 millones de dólares al año en importaciones de gas. El
tono épico que envolvió la puesta en escena es acorde al desafío que enfrenta
el peronismo: ganar las elecciones presidenciales del 22 de octubre con una
economía en terapia intensiva y una ciudadanía recelosa de la clase política.
Massa forma parte de ella desde los 17 años.
Nació en 1972 en un hogar de
clase media del conurbano bonaerense, el extenso cinturón de municipios que
rodea la capital argentina y donde viven unos once millones de personas, casi
el 25% de la población del país. Hijo de Alfonso, un empresario de la construcción,
y de Lucía, ama de casa, Massa se inició en la política al filo de los noventa
en la Unión de Centro Democrático (Ucedé). Este partido de derecha se alineó
con el peronismo durante la presidencia de Carlos Menem y el joven político dio
un paso más: saltó la valla para cruzarse a sus filas.
La decisión tuvo una rápida
recompensa: en 1999 fue elegido diputado provincial por el peronismo y menos de
tres años después alcanzó su primer cargo con gran visibilidad mediática y
poder: la dirección de la seguridad social, la ANSES. Asumió en medio de la
grave crisis social del corralito, con el país en llamas, y logró un éxito
inesperado: el aumento de las jubilaciones mínimas, al que se oponía el
ministro de Economía de entonces, Roberto Lavagna, tras haber estado nueve años
congeladas.
Sacar ventaja
El gesto le granjeó la
simpatía de un sector clave en su crecimiento político y significó también su
primera victoria en una interna del Gobierno. Desde entonces, se ha convertido
en un axioma de Massa “potenciar al máximo los recursos propios y sacar ventaja
de las limitaciones ajenas”, en palabras de Diego Genoud, autor de la biografía
El arribista del poder.
Nadie ha sacado tanta ventaja
como Massa de la pelea entre Fernández y Kirchner y de su falta de diálogo en
los dos últimos años de Gobierno. Tras su experiencia como intendente del
municipio de Tigre y los seis años en solitario al frente de su propio partido,
el Frente Renovador, Massa fue invitado como tercer socio a la fórmula
orquestrada por Kirchner para derrotar a Mauricio Macri en 2019. La victoria
legislativa con la que Massa sorprendió al kirchnerismo en 2013 quedó opacada
por su tercer puesto en las presidenciales de 2015 y la severa derrota
electoral de 2017, que lo dejó fuera del Congreso.
Un año antes de sellar su
regreso al peronismo, quien fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner entre
2008 y 2009 dijo que la expresidenta “debería estar presa” y se mostró
partidario de eliminar los fueros parlamentarios con ese fin. A las bases
kirchneristas les costó asimilar la reintegración del traidor. Cuatro años
después, desconfían todavía de quien ven como un político capaz de pactar con
el diablo para salirse con la suya. No olvidan su acercamiento efímero a
Mauricio Macri, la amistad de larga data —y cercanía ideológica— que lo une al
candidato opositor Horacio Rodríguez Larreta y sus vínculos con Estados Unidos.
Sin embargo, la figura e importancia de Massa en el Gobierno ha crecido a
medida que la de Alberto Fernández se empequeñecía.
“Sergio es capaz de anunciar
por lo bajo que a un tipo o una mujer no lo quiere, pero al día siguiente lo
ves abrazado y sacándose una foto y charlando de todo”, lo describió su suegro,
el dirigente peronista Fernando Galmarini, en una reciente declaración radial.
Galmarini cree que la capacidad de su yerno de hablar con todos, hasta con el
que parece su enemigo más feroz, lo asemeja a Carlos Menem. Otros lo han
comparado con Néstor Kirchner, por la habilidad para construir poder propio.
“Yo trato de aprender de todos y en ese sentido no tengo pruritos. Diría que
soy una esponja”, se ha autodefinido él.
Massa lleva 22 años casado con
Malena Galmarini, hoy al frente de la empresa pública de agua y saneamiento
(Aysa). Viven en Tigre, en la periferia norte de Buenos Aires, y tienen dos
hijos.
El momento justo
Calculador y astuto, Massa
creció entre las grietas internas del Gobierno y supo esperar el momento justo
para jugar las cartas que lo han llevado a ser designado precandidato
presidencial del peronismo.
La primera partida ganada fue
la asunción del Ministerio de Economía el pasado agosto, cuando el peso rodaba
barranco abajo y la inflación volaba. Al superministro se le concedió también
la dirección de las carteras de Producción y de Agricultura. Un año después, la
moneda se mantiene con vida gracias a numerosos respiradores artificiales y los
precios siguen desbocados, pero Massa promueve la idea de que sin él hubiese
sido mucho peor y que salvó al país de la quiebra.
Sus numerosas amistades en la
élite mediática, empresarial y financiera facilitan la difusión de ese relato.
Lo ayuda también su fascinación y habilidad para “conducir en el desorden”,
como señala Genoud. No importa si se trata de la ANSES en medio de la crisis
social y económica de 2002, de la jefatura de Gabinete durante el
enfrentamiento con el campo en 2008 o en la actualidad, cuando Massa hace lo
posible para mostrar una tendencia a la baja de la inflación —que fue del 7,8%
en mayo y del 114% interanual—, aplazar la devaluación oficial del peso y
negociar con el Fondo Monetario Internacional sin dólares en el Banco Central.
Cada revés económico vacía un poco más los bolsillos de los argentinos y
deshilacha el traje de superhéroe con el que el ministro quiere llegar a la
cumbre.
Le gusta apostar fuerte. Lo
reveló Cristina Kirchner en su primera aparición pública tras el vertiginoso
cierre de listas electorales: “Cada cosa que le digo, me dice ‘te apuesto esto,
te apuesto aquello, te apuesto un costillar’. Bueno, no importa, hay gente que
apuesta, y está bien apostar, porque para ganar hay que apostar”.
Massa apostó a ser el único
candidato del peronismo. Alberto Fernández se resistió durante semanas con uñas
y dientes: quería imponer la celebración de primarias y aupó a Daniel Scioli
para que compitiese en ellas contra el candidato de Kirchner. Durante 24 horas,
Argentina pensó que Fernández se había salido con la suya y Scioli se
enfrentaría con Eduardo Wado de Pedro, el hombre elegido por Kirchner. Massa,
sin embargo ganó, el órdago gracias a la presión de los gobernadores
provinciales, claves en el poder territorial del peronismo. Abandonado por
Fernández, Scioli bajó su candidatura. A petición de Kirchner, hizo lo mismo
“Wadito”, como lo llama el ministro de Economía. Nunca un diminutivo cariñoso
se sintió tanto como un puñal.
Ministro de día, candidato de
noche, el hiperactivo Massa tiene tres meses y medio, una eternidad en tiempos
argentinos, para intentar recuperar al electorado desencantado con Fernández.
Las encuestas muestran que se trata de una tarea titánica. Entre quienes ya se
han decidido, dominan los que optarán por la oposición, ya sea la coalición
posmacrista de Juntos por el Cambio, o la ultraderecha encabezada por el
economista Javier Milei.
“Hicimos lo imposible
posible”, anunció Massa en redes al informar sobre la finalización de las obras
del primer tramo del gasoducto, la obra más icónica de su gestión económica.
“Nos decían todos que era imposible. Gracias a las empresas y a los miles de
trabajadores y trabajadoras, que trabajaron en condiciones muy duras, de noche,
contra el frío, contra el viento, le mostraron a la Argentina de qué somos
capaces”, reiteró el ministro este domingo. Con ese eslogan como estandarte,
intentará contagiar la ilusión a los votantes peronistas, seducir a los
indecisos y revertir la derrota que vaticinan los sondeos./ El País