‘el mas es nuestro’
En
una historia de vida publicada en 2015, la entonces ejecutiva de la Federación
Departamental de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Tarija “Bartolina
Sisa”, sintetizó en una expresión la esencia del MAS-IPSP. “¡No somos del MAS,
el MAS es nuestro!”. Otras historias de vida y conversaciones con dirigentes
campesinos e indígenas reafirmaron esa cualidad: el MAS, partido, pertenece a
las organizaciones sociales, que lo fundaron como instrumento político.
La
citada expresión, que da título al libro (CIS-PNUD-PIEB), corresponde a Julia
Ramos, quien en su condición de bartolina fue diputada durante el primer
gobierno de Evo Morales y luego su ministra. “Nosotros nos hemos criado, no es
un partido político, es un instrumento que nos permite llegar con nuestros
candidatos y candidatas al gobierno”, dijo entonces Ramos, que el pasado
domingo fue designada vicepresidenta del MASIPSP en el encuentro de la facción
luchista.
Si
asumimos que el MAS, partido, es de las organizaciones sociales, como IPSP, la
pregunta ahora es más complicada: ¿a quién pertenecen las organizaciones
matrices? ¿Quién es “dueño” de la CSUTCB, las Bartolinas, los interculturales?
(ni hablemos de la Cidob y el Conamaq). ¿Qué intereses promovieron su
cooptación, su fractura interna entre los “leales” al candidato EMA y los
“afines” al candidato LAC? ¿Quiénes, en fin, obraron la implosión del
instrumento político?
“El
MAS es nuestro”. Está muy bien. Hoy la disputa, en medio de los fallidos
intentos de convocar un congreso del partido-instrumento político, ha
trastocado la expresión: “Las (verdaderas) organizaciones matrices son
nuestras”, dicen unos y otros. La esencia orgánica, pues, ha sido desplazada
por la razón instrumental. Y los efectos son penosos. No pocas voces, en los
pasillos, en los balcones, auguran y/o celebran el “fin (o agonía) del proceso
de cambio”.
En
tal derrotero, si asumiéramos el quiebre del MAS-IPSP, surge una cuestión
todavía más compleja: ¿estamos ante el fin de ciclo de los gobiernos masistas,
acaso del modelo de Estado, incluso del proyecto-sujeto plurinacional popular?
Más allá de quién gane las inciertas elecciones 2025, teñidas de fragmentación,
¿se romperá el esquivo horizonte en construcción de la plurinacionalidad del
Estado, la interculturalidad-paridad de la democracia, el pluralismo jurídico,
los buenos vivires, la igualdad?
No
soy del MAS ni de ningún partido político. Tampoco pertenezco a una
organización matriz o equivalente. Igual creo, desde mi trinchera, siempre a la
izquierda, que las luchas de transformación en Bolivia y el reto de la
emancipación social preceden de lejos y trascenderán este nuevo “tiempo de las
cosas pequeñas”. ¿Navegamos?
FadoCracia
fotocopiada
1.
Es parte de nuestra identidad nacional: para hacer cualquier trámite, debemos
andar con la fotocopia del carnet de identidad bajo el brazo. No basta un solo
ejemplar, sino varios. 2. No está mal, si recordamos los años de dictadura
militar, cuando había que andar “con el testamento bajo el brazo”. Con las
cacerías nunca se sabe. 3. Volvamos al carnet. La fotocopia es de rigor, casi
como contraseña. Ante la burocracia, la ciudadanía se divide entre los que
llevan su fotocopia de carnet (pase) y los que deben ir a sacarla (vuélvase).
4. ¿Qué hacer? ¿Cómo erradicar tan dañina y arraigada práctica? Frente al
papeleo, nada mejor que el legalismo. Sí, señorías, hay que aprobar una ley
prohibitoria. 5. Suerte que una diputada, preocupada por el asunto, acaba de
proponer un proyecto de ley antifotocopias. Es en serio. 6. Además de ahorrar
tiempo y dinero — dice—, evitaremos el derroche de toneladas de papel y, ergo,
la tala de nuestros bosques (hasta el próximo incendio). 7. ¿Ven que la
oposición hace propuestas serias, con fotocopia para todos los asambleístas?
Falta que los fotocopiadores, en defensa de su derecho al trabajo, convoquen
una protesta.