Furor autodestructivo
Amando Ortuño
Judicializar la política no es suficiente para producir
gobernabilidad y menos aún estabilidad económica. No soy pitoniso; por tanto,
me eximo de profetizar colapsos y plagas, solo puedo afirmar que hemos entrado
en una coyuntura donde se está produciendo una erosión combinada de certezas
económicas y políticas, un coctel que está alimentando el desaliento social.
Lo paradójico de esta gran desestabilización es que su
origen está en las propias entrañas del oficialismo, está siendo alentada por
los responsables de mantener la estabilidad. Las oposiciones están poniendo su
granito de arena de inmadurez, odio y desubicación, pero los pirómanos están
principalmente en el campo gubernamental y en el partido y organizaciones que
supuestamente lo sostienen.
A esta altura del partido, no se necesita muchos estudios
para diagnosticar la gran confusión que estamos viviendo, lo ve la vendedora de
la esquina y el calificador de riesgo de Moody’s: la aguda confrontación en el
oficialismo está imposibilitando solucionar los problemas de una economía que
debía encarar un saneamiento de sus fundamentos y un aggiornamento de sus
motores de crecimiento. Al contrario, se profundizan los desajustes y aparecen
nuevos.
La ecuación al final del nefasto gobierno de Áñez era bastante
clara, Arce había sido elegido para estabilizar la política y la economía, para
ello tenía que construir un puente para sostener la estabilidad macro por unos
años, en medio de un mundo en crisis y una sociedad que salía agotada de la
pandemia, mientras se consolidaba una renovación paulatina de los motores de
crecimiento con el litio y algunas otras diversificaciones exportadoras. Y para
ello, contaba con legitimidad electoral y el más grande aparato político del
país, es decir tenía gobernabilidad.
Hoy, ese diseño está implosionando principalmente por los
problemas políticos y está siendo en gran medida autoinfligido. Los últimos
sucesos solo revalidan lo que sospechábamos: los tiempos para un aterrizaje
suave ya están muy afectados, nos instalamos en un escenario de incertidumbre
cambiaria permanente, que está desajustando poco a poco otras facetas del
funcionamiento cotidiano de la economía, y sobre todo el horizonte de salida se
va alejando.
Una de las grandes victorias de la izquierda boliviana fue
transformarse, durante más de un decenio, en el garante político de la
estabilidad económica, el MAS se fue perfilando como una fuerza con sentido de
Estado, capacidad política para lograr objetivos y un proyecto de futuro.
Eso es lo que laboriosamente está destruyendo el festival de
acusaciones cruzadas sobre el principal proyecto de desarrollo del país, el
litio, el bloqueo de la Asamblea Legislativa que casi no funciona desde hace un
año o la poca capacidad del Gobierno para construir expectativas, explicar su
política económica y actuar oportunamente.
Las maniobras en el Poder Judicial para inmiscuirlo en los
kafkianos problemas internos de la actual fuerza gobernante no resolverán nada,
crearán apenas una sensación de satisfacción y de poder coyuntural a sus
promotores, pero la descomposición seguirá instalada y la incertidumbre solo se
exacerbará.
Eliminar a Evo Morales es solo una ilusión, un diseño
político simplista, su sombra seguirá pesando entre militantes y electores del
masismo pase lo que pase, y el bloqueo legislativo se exacerbará. Por otro
lado, las oposiciones están recibiendo una poderosa causa para movilizarse para
defender la democracia, con razones que pueden hacerla creíble para las
mayorías. Pero, sobre todo el despelote hace cada día más difícil que el
Gobierno puede reconstruir confianza económica en los pocos meses que le quedan
antes del inicio de la brutal batalla electoral de 2025.
El problema no es el futuro del MAS, finalmente en una
democracia, cada actor recibe lo que siembra tarde o temprano. Todo ciclo tiene
su nacimiento, auge y decadencia. Lo importante ahora es que el país proteja
sus instituciones electorales para que sean los ciudadanos en las urnas, y no
en algún sórdido juzgado, los que definan la siguiente secuencia gubernamental.
Pero también es necesario ir repensando nuestro futuro
económico, el probable fracaso del aterrizaje suave está abriendo
inevitablemente nuevos escenarios, quien sea gobierno desde 2025 tendrá que
aplicar una secuencia diferente de políticas y una nueva economía política que
las haga viables. Si no se hace eso, la crisis será larga.
Armando Ortuño es investigador social.