Recientes estudios de neurólogos españoles demuestran que la demencia senil no existe


Hace ahora más de un siglo que el médico alemán Alois Alzheimer publicaba "Uber eine eigenartige Erkankung der Hirnrinde", donde describía el caso de la paciente Auguste D., una mujer de 51 años que presentaba alteraciones en su rendimiento intelectual (memoria, orientación, cálculo, lenguaje, etc.), cambios en su comportamiento normal (agresividad, delirios, alucinaciones y otros) y una progresiva pérdida en sus habilidades para la realización de las actividades de la vida diaria. Auguste D. falleció tras cuatro años de sufrimiento, inmóvil en la cama de una residencia, después de haber perdido el conocimiento que tenía sobre sí misma y sobre el mundo que la rodeaba, explica un estudio de VM. González Rodríguez.

Los hallazgos que Alzheimer encontró en el cerebro de Auguste (placas de proteína amiloide y ovillos neurofibrilares) hicieron que describiera el caso como una "enfermedad peculiar", y durante años se consideró a la "enfermedad de Alzheimer" como un problema raro, poco frecuente y distinto de las demencias que afectaban a las personas de edad avanzada. Las investigaciones de Blessed, Tomlinson y Roth, entre los años 50 y 60, demostraron que no existían estas diferencias, y que tanto la presentación clínica de la enfermedad, como los hallazgos anormales en el cerebro de los pacientes con demencia eran similares, independientemente de la edad de su instauración.

Esta distinción por edades, aparentemente sin importancia, entre la demencia presenil, poco frecuente y grave por su elevada morbimortalidad, y la demencia senil, cuyos efectos parecían ser más leves (e incluso aceptados socialmente), ha provocado actitudes equivocadas. La consideración de la demencia asociada al envejecimiento como algo "normal" se ha mantenido casi hasta nuestros días. Es cierto, y así lo demuestran todos los estudios epidemiológicos realizados hasta la fecha, que se trata de una patología "edad-dependiente", y por tanto mucho más frecuente en las personas mayores de 65 años, pero no debe considerarse como una consecuencia inevitable del envejecimiento (todos conocemos personas de edad muy avanzada cuyo funcionamiento intelectual es normal). De modo que, aunque el principal factor de riesgo para padecer cualquier tipo de demencia, incluyendo la enfermedad de Alzheimer (principal etiología del síndrome de demencia en el momento actual), sea la edad avanzada, no es su factor causal.

La asunción de este error ha provocado serias disfunciones en el abordaje de estas patologías, la más importante de las cuales es el infradiagnóstico, o el retraso del mismo. A pesar de las elevadas cifras de prevalencia del síndrome, el 5-10% para mayores de 65 años en países occidentales, que se dobla aproximadamente cada cuatro años llegando hasta un 30% en mayores de 80 años9-11, solo el 30% de los pacientes con demencia había sido previamente diagnosticado. La proporción de demencia no detectada está significativamente asociada a su gravedad (leve, 95%; moderada, 69%; grave, 36%). Teniendo en cuenta el envejecimiento poblacional en el momento actual y la tendencia creciente de este fenómeno demográfico, el número de afectados por este síndrome, lejos de disminuir, aumentará considerablemente en los próximos años, por lo que no sería aceptable mantener esas cifras de retraso en el diagnóstico.

Un diagnóstico preciso, y lo más temprano posible, puede ser fundamental para detectar causas de deterioro cognitivo reversibles, pero sobre todo para permitir la adaptación del enfermo y de su familia, así como para ofrecer los escasos recursos terapéuticos y de atención sociosanitaria con los que contamos en el momento actual. Por todos estos motivos no podemos estar más de acuerdo con una reciente reflexión, sobre la que tantas veces hemos insistido previamente, y que decía que "la demencia senil no existe y tenemos mucho que ofrecer a quien sufre una enfermedad demenciante”. La sospecha de un deterioro cognitivo en Atención Primaria exige siempre profundizar en ella con el objetivo de realizar un correcto diagnóstico sindrómico y una aproximación, lo más precisa posible, al diagnóstico etiológico de la posible enfermedad demenciante (la senilidad no es una etiología). Ese debe ser nuestro primer compromiso para ofrecer una adecuada atención a los pacientes con deterioro cognitivo y a sus familiares.