Presidente de Nicaragua reformará Constitución para controlar Policía y castigar desertores
Los diputados leales a Daniel
Ortega y Rosario Murillo discutirán y aprobarán este miércoles 5 de julio una
reforma constitucional remitida por el Ejecutivo sandinista para modificar el
artículo 97, que delimita el marco legal de la Policía Nacional. La decisión
supone un giro radical para la cuestionada institución: la despojan de su
naturaleza civil, la dejan únicamente como “cuerpo armado” y refuerzan la
subordinación total al presidente de la República, es decir el caudillo sandinista
que “cogobierna” con su esposa.
Aunque en la práctica el
cambio puede resultar nimio, ya que la Policía es el principal brazo represor
de la pareja presidencial desde 2018, a nivel normativo supone un cambio
capital. Para empezar, la reforma elimina la línea que establece que se trata
de una “institución profesional, apolítica, apartidista, obediente y no
deliberante”. “En cambio, endurece la definición de cuerpo armado porque coloca
de manera preeminente su subordinación a la presidencia, la describe como una
institución más de naturaleza coercitiva y hace a un lado el modelo preventivo,
proactivo y comunitario”, explica a EL PAÍS la experta en seguridad Elvira
Cuadra, directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica
(CETCAM).
De acuerdo con una
documentación legislativa en poder de EL PAÍS, el diputado Mario José Asensio
Flórez convocó a una sesión ordinaria para este miércoles 5 de julio a las
nueve de la mañana para abordar la reforma al artículo 97 de la Constitución
Política. Pero el propósito de la sesión es también la reforma de la Ley de
Organización, funciones, carrera y régimen especial de seguridad social de la
Policía Nacional (872).
La modificación constitucional
establece ahora que “la Policía Nacional es un cuerpo armado, subordinado al
presidente de la República, encargado de proteger la vida de los habitantes del
país, preservar el orden social y el orden interno, garantizar la seguridad de
las personas y las instituciones, velar por el respeto de los bienes nacionales,
sociales y particulares, ejercer la prevención, persecución, e investigación
del delito y prestar el auxilio necesario a las autoridades civiles y
judiciales para el cumplimiento del desempeño de sus funciones”. Además,
remarcan la sumisión policial al aparato del Ejecutivo. “La Policía Nacional
depende de la autoridad ejercida por el presidente de la República, en su
carácter de Jefe Supremo y en estricto apego a la Constitución Política a la
que guardará respeto y obediencia”.
Cuadra insiste en que estas
reformas se enmarcan en “la institucionalización del Estado policial” que
ejecuta una persecución política permanente contra toda voz crítica en
Nicaragua. “Estos cambios se hacen en función de legalizar una serie de
políticas de seguridad que se han venido implementando de facto, que son de
naturaleza represiva, y de vigilancia sobre toda la sociedad nicaragüense. Y lo
otro tiene que ver con una reconfiguración de las instituciones estatales para
que respondan a este marco jurídico legal”, plantea la experta en seguridad,
exiliada en Costa Rica y desnacionalizada por el régimen sandinista.
En otras palabras, los
Ortega-Murillo reeditan lo hecho a finales de 2020: sus diputados aprobaron un
combo de leyes represivas (Ciberdelitos, Regulación de Agentes Extranjeros,
Traición a la Patria y cadena perpetua) para dotar de un marco legal a la
persecución que venían ejerciendo desde las protestas de 2018 contra
opositores, periodistas, religiosos, partidos políticos, líderes de sociedad
civil, feministas, campesinos y todo aquel considerado crítico.
Cárcel para oficiales
desertores
Para adecuarse al cambio
constitucional, los diputados también modificarán la ley 872, bajo la cual se
rige y ordena la Policía Nacional. De acuerdo con el documento de propuesta
conocido por EL PAÍS, se adhieren nuevos artículos a la normativa: “Delitos cometidos
por el personal policial, incumplimiento de deberes y deserción” policial, la
más llamativa de las tres.
La adición de la deserción
ocurre en un contexto en el que decenas de policías han huido de las filas de
la institución y escapan hacia otros países, como Estados Unidos y Costa Rica.
El último caso conocido y sonado es el de la subcomisionada María de Jesús
Guzmán Gutiérrez, jefa de bloque en Matagalpa. La oficial prometió “continuar
al lado de nuestro pueblo” durante el 42 aniversario policial en septiembre de
2021, cuando ella y 109 oficiales más fueron ascendidos en ese departamento del
norte de Nicaragua. Sin embargo, “menos de dos años después huyó a Estados
Unidos”, denunció el abogado Yader Morazán, quien fue trabajador del sistema
judicial.
El nuevo artículo establece
que “el personal policial que abandone el servicio, lo que se considera
deserción, incurriendo en un perjuicio grave a la seguridad ciudadana, será
sancionado con una pena de dos a tres años de prisión”. “Frente a estas deserciones,
y al descontento que hay a lo interno de la institución, están tratando de
introducir medidas disciplinarias para presionar a los mismos efectivos. Pero
también para que el aparato policial no se vea reducido en número o en sus
capacidades”, sostiene Cuadra.
Sobre los delitos cometidos
por el personal policial, a los oficiales les serán aplicados “los delitos
contemplados en esta Ley, sin perjuicio de los establecidos en la Ley N°. 641,
Código Penal”. En la adicción de “Incumplimiento de deberes”, “el personal
policial que sin causa justificada desobedezca las órdenes de sus superiores,
en perjuicio de la seguridad ciudadana, será sancionado con una pena de seis
meses a dos años de prisión”.
Desde las masivas protestas
sociales de 2018, en las que la policía cumplió un rol primordial asesinando
manifestantes con disparos letales, la institución ha crecido en número y ha
instalado en el país centroamericano un estado policiaco permanente. De acuerdo
a organismos de derechos humanos, la policía ha sido clave para la instaurar en
régimen totalitario, ya que se encargan de ejecutar capturas de opositores,
torturas en prisión, confiscación de inmuebles, y vigilancia en las ciudades
para que no exista ninguna expresión de descontento contra sus “jefes supremos”,
el presidente Ortega y la “copresidenta” Murillo./ El País