Exposición ’60 disparos’ denuncia masacres en perú: pasó por lima, está en
El 15 de diciembre, en Ayacucho, Edgar Prado recibió un disparo en la cabeza cuando estaba arrodillado. Ese mismo día, José Luis Aguilar Yucra (de 20 años) fue asesinado en la misma ciudad cuando participaba en las protestas y volvía de su trabajo en la construcción. En Ayacucho también encontró la muerte Jhon Henry Mendoza Huarancca, de 37 años, mientras se protegía en una cuneta cerca del aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte. El 9 de enero, Edgar Jorge Huarancca Choquehuanca, de 22 años, ayudante de cocina, moría baleado desde un helicóptero en Juliaca.
El 11 de ese mismo mes, en Cusco, el cuerpo de Rosalino Flores (de 22 años) recibió 36 balazos, a sangre fría. Agonizó durante dos meses hasta morir. El 28 de enero, Víctor Santisteban fue asesinado en Lima tras recibir en la cabeza el impacto de una bomba lacrimógena. Son apenas seis historias de masacre y represión en Perú. En total fueron 1.300 heridos y 56 asesinados (ocho de ellos, adolescentes). Son cuatro masacres: Andahuaylas, Ayacucho, Pichanaqui y Juliaca. Es un recuento de impunidad y muerte.
La policía y el ejército disparó a matar. El “modus operandi” se repitió sistemáticamente en varias ciudades del Perú. La presidenta, Dina Boluarte, se lava las manos. “Puedo ser la jefa suprema de las Fuerzas Armadas pero no tengo comando”, dice la tapa del derechista diario El Comercio en su edición del 7 de mayo. Alberto Otárola, el primer ministro actual (ascendido al cargo tras la represión cuando fungía de ministro de Defensa) suma y sigue: “las responsabilidades son personales”.
Unos días antes, el 2 de mayo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha emitido su informe y ha dicho que existieron ejecuciones extrajudiciales, uso desproporcionado letal de la fuerza y graves violaciones de los derechos humanos en las protestas contra el gobierno de Boluarte. En los barrios del extrarradio limeño las paredes riman/gritan: “Dina asesina”. La CIDH concluye: “al tratarse de múltiples privaciones del derecho a la vida, podrían calificarse como masacres”.
Estas ocurrieron, como en Bolivia, frente ante el silencio/complicidad de los medios hegemónicos; ocurrieron entre el 7 de diciembre de 2022 y el 23 de enero tras la destitución y encarcelamiento del presidente Pedro Castillo, exigiendo el cierre del Congreso y el adelanto de las elecciones. La ultraderecha, que gobierna en el Perú en una cohabitación del poder ejecutivo con el legislativo, reclama el retiro del país de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. La embajada peruana en Washington ha contratado a una empresa gringa de relaciones públicas para mejorar la imagen del Perú. Como si la sangre derramada se pudiera limpiar con un par de “spots”.
Para no olvidar, para pedir justicia, para que la impunidad no reine otra vez, para lograr verdad, memoria y justicia, 60 fotógrafos peruanos están llevando por todo el país hermano la exposición fotográfica 60 disparos. La muestra pasó en abril por Lima (café El Gato Tulipán de Barranco) y este mes de mayo se puede ver en Cusco (Convento de Santo Domingo). La exposición nació durante el Censurados Film Festival de Lima en marzo pasado.
Bajo la curaduría de Mario Osorio Arrascue, un total de 16 artistas y colectivos muestran diferentes facetas de la lucha y la represión. Son miradas comprometidas desde la línea del frente. Ellos y ellas son: Edson Canaza, Jimy Tapia y Oswald Charca de Arequipa, Adrián Portugal (del colectivo limeño Supay), Miguel Gutiérrez de Ayacucho, Adriana Peralta de Cusco, Aldair Mejía de Lima, “El Ambulante Audiovisual” de Lima, Mario Colán de Lima, Nadia Cruz de Lima, “Perro Vago”, Uriel Montúfar e Yda Ponce de Puno, Joseph D. Araujo de Ayacucho, Elizabeth Flores de Cusco y “Big Rex” de Lima.
“60 disparos es una comunión de amantes de la imagen que han decidido mostrarnos su verdad. La exposición busca tender un puente entre el presente y nuestro pasado inmediato en una búsqueda incansable para lograr la unión, la convergencia de ideas y la paz para todos los peruanos”, dice Mario Osorio.
El afiche de la “expo” es una composición, una intervención artística. Son astromelias naranjas y amarillas, blancas y doradas; son los lirios del Perú, los lirios de los incas. Son flores llenas de color y vida, son flores de respeto y compromiso que crecen a partir de la esperanza en casquillos de bala y muerte. La autora es Nadia Cruz que firma como “Nadia Rain”.
Las 60 fotografías recorren el dolor que sufrieron las ciudades de Ayacucho, Arequipa, Cusco, Puno y Lima. Son tributos a las mujeres de pollera que agarradas de la mano se sienten más fuertes que un ejército entero (gran instantánea de Aldair Mejía). Son gritos contra el silencio. “Es un homenaje a los más de 60 hermanos fallecidos durante las protestas y también es un abrazo fraterno para los y las que siguen aún luchando”, dice Nadia. Es la memoria histórica, es un archivo, es una invitación a mirar al otro. Son wiphalas al viento. Son manos inundadas de lágrimas y velas ardiendo. Son las máscaras antigas de los obreros de la imagen, colgadas en la muestra, tras la batalla.
Han pasado cuatro meses de las muertes y el clamor por justicia no cesa. La estigmatización de los asesinados (para la derecha y la ultraderecha secundadas por los grandes medios de comunicación son “terrucos” y “terroristas”) también continúa. Hasta el día de hoy no existe ninguna acusación formal y la impunidad campea a sus anchas. Los 60 disparos son impactos contra el olvido.