Pensamiento político ‘pitita’
Dicen defender la
meritocracia, pero asignan puestos de autoridad a personas solo por su abolengo
Sostuve hace un tiempo que la
principal idea que defienden personas como Ayo o Rivera no es la de que el
gobierno del MAS sea uno corrupto, autoritario e incompetente, sino la de que
en Bolivia deberían mandar los que “saben”. Tal cual es la propuesta del “gobierno
de los universitarios” de Ayo. No le reprochan a Evo o Arce ninguno de sus
errores en la administración del Estado, sino la procedencia plebeya de sus
autoridades. En un país donde la educación de calidad es solo un privilegio de
pocos, estos críticos de la realidad boliviana proponen que gobiernen solo
aquellos que pueden pagarla. Toda su filosofía puede resumirse como una crítica
a la razón popular, que claman que no existe. El prejuicio de que los indios no
pueden gobernar.
Pero retrocedamos solo un par
de años atrás, cuando estos distinguidos caballeros tuvieron la oportunidad de
justificar su derecho al poder. No solo reprodujeron con mayor intensidad todo
aquello que criticaban, sino que lo hicieron con los índices de eficacia más
bajos imaginables: más de una veintena de escándalos de corrupción de grueso
calibre, y una virtual paralización del Estado son su legado, por mucho que sus
ministros salieran de las más prestigiosas familias. El gobierno de los
universitarios pregonado por Ayo terminó siendo mucho peor que el gobierno de
las masas impolutas que no se bañan. Un gobierno dirigido por un gánster tan
extravagante como peligroso: el Bolas Murillo es el arquetipo del caudillo
jailón. Su límite.
Aún con un excedente mucho
menos abundante que el de los tiempos de Evo, nuevamente un gobierno plebeyo
demostró que no solo puede restituir el orden y la democracia en tiempos de
vacas flacas, sino que mejor aún que en tiempos de bonanza. A esa paradoja,
estos ilustrados amantes de las tertulias arguedianas solo pueden responder
atribuyendo esos logros a la suerte, como todo mal perdedor. Nuevamente en ello
se reitera su prejuicio por la supuesta blancura del saber, fervorosamente
reclamada por un exministro de ojos verdes que no podía por ello ser masista.
Nótese la disonancia entre sus ideas y sus acciones. Les sería más rentable
reclamarse como conservadores que como liberales. Mancilla al menos tiene más
honestidad intelectual cuando apuesta abiertamente por la aristocracia. Le
resta disculparse ante la evidencia de los hechos.
Esta incoherencia se repite en
todas las dimensiones del pensamiento político “pitita”
Dicen defender la
meritocracia, pero asignan puestos de autoridad a personas solo por su
abolengo; se declaraban como los campeones de la libertad cuando denunciaban
toda crítica a su gobierno de facto como un acto de sedición, y se aferran a la
idea de que defienden la democracia mientras aplauden carnicerías o, peor, las
ignoran. Y todo ello, con la mayúscula hipocresía de hablar en nombre de una
ciudadanía que insisten que es individual, pero que niegan a todos aquellos que
no hayan salido de sus maltrechos colegios. Toda esa impostura moldeada por el
terco prejuicio de que los indios son indios nomás y que para ser mejores deben
dejar el sindicato y asumirse como individuos, en una individualidad que igual
condenan cuando cuestiona su señorial potestad.
Se los debe desenmascarar.
Estos supuestos doctores horondos que legitiman su saber solo porque creen ser
los únicos que pueden escribir. Son apologistas del fracaso, que se reafirman
señalando que todos los demás no son más que escribidores. Una superficial
mirada a su prosa, en novela o en pasquín, revela que no son más que aves de
rapiña que creen haber triunfado solo por pararse sobre un enemigo que tal vez
los vio como demasiado insignificantes para sacudírselos de encima. Tal vez por
ello ni el Mallku ni otros se molestaban en responder. No es tan así, sin
embargo, porque sus mentiras van un largo trecho, aunque tengan patas cortas.
Es necesario acusar la falsedad de sus premisas.
No se les pide que sean
correctos, pero sí que sean honestos. Dejen de hablar en nombre de la
democracia y admitan que prefieren a los aristogatos; que no creen que todos
somos iguales y que no les importa sobornar a una pistola de vez en cuando para
probar que tienen la razón, así sea disparando sobre un pueblo desarmado. Vaya
demócratas.