"un abrazote, gabo"
En 1968 se hallaba en plena efervescencia el Boom, aquel
volcán que lanzó al mundo las obras de grandes narradores latinoamericanos
vivos. Las cartas entre ellos, sus agentes, los periodistas y los editores iban
y venían mientras circulaban por el planeta las peripecias de la familia
Buendía, la mala vida de los cadetes limeños, la agonía del general Artemio
Cruz, las locuras tiernas de la Maga, los fantasmas de Pedro Páramo, las noches
de rumba en La Habana y otros relatos que brotaban en lengua española y
sorprendían a lectores de todos los rincones.
En la cúspide, al lado de García Márquez, sobresalían otros
tres nombres: el argentino Julio Cortázar (1914-1984), el mexicano Carlos
Fuentes (1928-2012) y el peruano Mario Vargas Llosa (1936). Aunque regados en
diversos mapas, los cuatro se reconocían como miembros de la misma camada
intelectual y política y, fieles a su instinto de comunidad, mantenían una
dinámica correspondencia. Las estampillas reemplazaban a las mesas de tertulia.
Gabo y Vargas Llosa azotaron los buzones durante año y medio antes de darse un
primer abrazo presencial en Caracas.
Muchas cartas se perdieron. Pero gracias a las que
recopilaron sus biógrafos y a las que custodian archivos académicos, Alfaguara
acaba de publicar Las cartas del Boom. Por sus 562 páginas circulan 207
mensajes que van de noviembre de 1955 a marzo de 2012. Ya para esta última
fecha la neblina habitaba el cerebro de Gabo, mientras que Carlos ofrecía el
aspecto de un atleta octogenario. La última misiva de quien la pandilla apodaba
el Águila Azteca presentía un adiós al amigo. “Muy querido Gabriel.
¡Felicidades por tus 85! ¡Pensar que nos conocimos hace medio siglo! Nuestras
vidas son inseparables. Te agradezco tus grandes libros. Tu cuate, Carlos
Fuentes”. La despedida se produjo, pero al revés. Inesperadamente, el mexicano
murió pocas semanas más tarde. Gabo tardó dos años más en apagarse.
Al Boom lo bautizaron así en 1966 y al cabo diez o doce años
de explosión se había extinguido como movimiento, pero no así su influencia ni
sus resplandores, coronados por dos perdurables premios Nobel. El prólogo de
Las cartas, escrito por los cuatro biógrafos del cónclave primordial con
admirable inteligencia, información y humor, podría ser la chispa final del
volcán.
Para los lectores colombianos lo más atractivo es el correo
de Gabo, donde calibramos al afecto por sus colegas y encontramos que el más
cercano es Fuentes, amigo constante y generoso, a quien GGM llama Máster
misérrimo, Magíster querido, muchacho y hermanazo. Las esquelas de García
Márquez a los parceros casi siempre se cierran con un abrazote y su apodo:
Gabo.
Su epistolario sigue el rastro a los agudos problemas
económicos que atravesó antes de Cien años de soledad y los esfuerzos y ahorros
que realizó como redactor publicitario y guionista de cine y televisión para
consagrarse a escribir ficciones. Cuando pide un favor o agradece una palanca
—¿quién no?— es enormemente discreto y digno. Busca con ilusión una beca de
escritor en alguna universidad de Estados Unidos, pero no la consigue, entre
otras razones porque el gobierno gringo lo veta por “comunista”. Imposible
imaginar que, años después, la Universidad de Columbia lo vestiría de doctor
honoris causa, un cónsul zalamero le sellaría la visa y Bill Clinton lo
invitaría a la Casa Blanca.
GABO1
Primera edición de Cien años de soledad (Mayo de 1967).
Uno de los momentos más conmovedores del archivo de Gabo es
la decisión que toma aún bajo la incertidumbre de la suerte que correrá Cien
años de soledad. Su juramento recuerda al de Bolívar en el monte Sacro. “Se
acabaron los años de trabajos forzados —dice a Fuentes—: a partir de ahora,
aunque sea comiendo tierra, no haré nada más que escribir novela”.
GGM no para de informar a sus amigos sobre el embarazo de Macondo.
En octubre del 65 avisa que ya tiene el título y la primera mitad. En
septiembre del 66 confiesa que “me asaltó el terror de que en realidad no había
dicho nada en 500 cuartillas” y le tocó limpiar el texto y asestarle “unos
cuantos machetazos” antes de enviarlo a la Editorial Sudamericana de Buenos
Aires. En marzo de 1967 afirma padecer “un miedo de cucaracha ante la inminente
aparición del mamotreto”. El 12 de mayo revela a Fuentes que se perdió la
portada original y la sustituirá un dibujo improvisado. El 30 asoman los
primeros ejemplares en la imprenta. El 21 de julio recibe un mensaje de
Cortázar: “Acabo de leer Cien años de soledad y he pasado por una de las
experiencias literarias más entrañables que recuerdo”. Fuentes proclama en
mayúsculas: “¡CIEN AÑOS DE SOLEDAD ES UNA OBRA MAESTRA!”. El 2 de diciembre se
esfuman los temores del autor. “Cien años sigue vendiéndose como salchichas”,
revela dichoso a Carlos.
Cuando las vitrinas de las librerías argentinas exhiben el
nuevo libro con una carabela selvática en la portada, Gabo estaba abstraído en
El otoño del patriarca. Había perdido largos meses de trabajo por equivocar el
tono. En octubre del 65 descubre la clave y vuelve a comenzar: “La novela
—indica a Vargas Llosa— debe ser el monólogo del dictador decrépito, despistado
y sordo”. Aún transcurrirán diez años más antes de que se publique.
Las cartas del Boom son avaras en chismes y comedidas en
lenguaje. El vocabulario de Pablo Escobar todavía no prevalecía sobre el de
Cervantes. Los cuatro compadres solían entrar en trances creativos y
colectivos: que una película, que un musical, que una enciclopedia narrada de
dictadores latinoamericanos... Mientras pule Cien años y avanza en El otoño,
Gabo empieza La cándida Eréndira y una manotada de “cuentos raros”. En
diciembre del 68 viajan juntos a Praga Gabriel, Carlos y Julio. El 15 de agosto
de 1970 se reúnen todos en la casa de campo francesa de Cortázar. Será la
última parranda. Alguien toma la única fotografía del cuarteto: una joya
borrosa.
GABO2
Única foto conocida de los cuatro autores y algunos amigos
en el sur de Francia. En el extremo izquierdo, riendo, Fuentes; frente a él,
sentados, Cortázar y Gabo. Al fondo, sentado y casi invisible, Vargas Llosa.
(Foto tomada del libro Las cartas del Boom, Alfaguara)
El puñetazo de Vargas Llosa que noqueó a Gabriel en febrero
del 76 es el pum que pone fin al boom. En adelante la correspondencia escasea.
García Márquez deja de escribir recados y solo utiliza el teléfono.
En marzo de 1974 había anunciado a Fuentes que está
terminando una casa en Cuernavaca y que piensa “vivir allí por siempre jamás”.
Son sus últimas palabras en Las cartas del Boom. Esta vez no firma Gabo. Sino
Gabriel.
ESQUIRLA: A España le conviene prolongar hoy el buen trabajo
de Pedro Sánchez y la coalición de izquierda PSOE-Sumar. Votar por el mohoso
conservatismo del Partido Popular o el neofranquismo pestilente de Vox es un
volantín al pasado.