Alemania rescata pantanos, cuerpos que son verdaderos reguladores climáticos
Malchin. Perdida
en medio de los campos en el norte de Alemania se extiende una marea de juncos.
Estas plantas acuáticas, de tallo largo, señalan la presencia de uno de los
pantanos más grandes de Europa.
La bióloga
Meline Brendel, con botas y los ojos fijos en su GPS, deambula por el agua
estancada entre estas cañas de dos metros, donde hace cuatro años se extendía
un campo, plantando estacas y anotando los niveles de agua: “bajo”, “medio”,
“alto”.
La superficie
de 10 hectáreas, a dos pasos de la pequeña ciudad de Malchin, se fue secando a
lo largo de los siglos para extraer turba, cultivar cereales o criar animales,
al igual que 98 por ciento de los pantanos en Alemania, según el centro de
investigación especializado Greifswald Moor.
Verdaderos
reguladores climáticos, los pantanos retienen el carbono encerrado en su turba
(materia orgánica muerta que se acumula bajo tierra). La capa de agua que cubre
el suelo impide que el gas contaminante escape al aire.
“Las marismas
representan 3 por ciento de la superficie de la tierra y contienen el doble de
dióxido de carbono que el conjunto de los bosques. Actúan como enormes
sumideros de ese gas”, explica la científica.
Pero una vez
secados, los suelos –en contacto con el oxígeno– liberan el carbono que una vez
estuvo preso, y se convierten en temibles contaminadores.
“En la región,
los (antiguos) pantanos emiten más dióxido de carbono que el conjunto del
transporte”, lamenta Brendel.
En un año, una
hectárea de pantano seco produce tanto de ese gas como un coche que circularía
145 mil kilómetros, según el centro Greifswald Moor.
En Malchin se
excavaron zanjas a lo largo de la superficie inundada y se plantaron semillas
de espadaña. Hoy, anfibios, aves, peces, arañas e insectos establecieron allí
su hogar.
Las aneas,
cuyos tallos son muy sólidos, la cortan cada invierno y se utiliza
principalmente como aislante térmico para las viviendas.
“El uso de los
pantanos se llama paludicultura”, explica Brendel. “Con juncos se pueden
construir tejados y con aneas aislar casas”, añade y lo entristece que estas
soluciones estén todavía en fase de proyectos pilotos.
El gobierno
alemán, que aspira a la neutralidad climática en 2045, lanzó en 2022 un plan de
acción dotado de 4 mil millones de euros (alrededor de 74 mil 474 millones de
pesos) para “mejorar el estado general de los ecosistemas en el país” de aquí a
2026, y la restauración de los pantanos figura entre las prioridades.
El Parlamento
Europeo acaba de aprobar una ley que incita a los países de la Unión Europea a
actuar en este sentido.
La tarea no es
fácil, porque hay que convencer a los agricultores. En Alemania, las zonas
pantanosas representan 5 por ciento de la superficie del país.
La idea no es
“imponer a los agricultores transformar sus campos en pantanos”, sino hacerles
comprender que “es importante para el clima” y que “pueden vivir” de la
paludicultura, según Brendel.
Los obstáculos
son importantes reconoce la científica de 28 años, ya que esta explotación no
es reconocida y los que la practican no tienen derecho a las subvenciones de la
agricultura biológica.