La oposición en Argentina encuentra oportunidades ante el declive del Kirchnerismo

A las dos máximas figuras opositoras de Argentina las une un objetivo común: terminar con el kirchnerismo. Las diferencias entre el ultraderechista Javier Milei y la conservadora Patricia Bullrich desaparecen a la hora de vapulear al movimiento político que ha dominado la vida política de Argentina durante las últimas dos décadas, pero que está en un momento de debilidad sin precedentes. En los primeros kilómetros del maratón electoral de 2023, el oficialismo perdió el control de provincias que eran bastiones históricos; en el ecuador de la carrera, las primarias del 13 de agosto, se estrelló: quedó tercero, con el 27% de los votos, detrás de La Libertad Avanza, de Milei, y la alianza Juntos por el Cambio, de Bullrich.

De repetirse el resultado de las primarias en las elecciones generales del 22 de octubre, el candidato oficialista y acutal ministro de Economía, Sergio Massa,  quedaría fuera de una segunda vuelta y el kirchnerismo pasaría a ser oposición. La derrota sería un golpe mucho más duro que el infligido en las urnas por el conservador Mauricio Macri en 2015, cuando sucedió en el poder a Cristina Kirchner.

Macri recibió un país con una economía estancada, pero en 2015 el recuerdo de los 12 años del peronismo kirchnerista todavía era positivo para muchos sectores. Desde la oposición, podían exhbir la recuperación de los indicadores tras la crisis económica y social de 2001. La realidad ahora es bien distinta. Con una inflación que supera el 113% interanual, un 40% de pobres, déficit fiscal y comercial y las reservas del Banco Central en rojo, su rol opositor sería mucho más complejo, reconocen fuentes del Gobierno. Si hace ocho años el kirchnerismo dejaba la heladera llena, hoy la deja vacía.

Salida por la izquierda

El kirchnerismo nació como respuesta a la crisis del corralito de 2001-2002. Fue una salida por izquierda al derrumbe del modelo neoliberal de Carlos Menem (1989-1999). El presidente Fernando de la Rúa huyó en helicóptero en vísperas de las fiestas navideñas de 2001, con 39 muertos en las calles producto de la represión policial, índices récord de pobreza y los ahorros de los argentinos atrapados en los bancos. Argentina tuvo cinco presidentes en poco más de una semana, hasta que el peronista Eduardo Duhalde tomó las riendas. Devaluó la moneda, ajustó la economía y repartió dinero entre los más golpeados.

En las elecciones de 2003, Duhalde pensó en el desconocido gobernador de la lejana provincia patagónica de Santa Cruz, Néstor Kirchner, para derrotar a Menem. Quedó segundo detrás del expresidente, con el 22% de los votos, pero no tuvo que competir en segunda vuelta porque Menem renunció, convencido de antemano de su derrota.

Kirchner asumió el 25 de mayo y en poco tiempo se alejó de Duhalde y construyó un poder propio que llevó al fragmentado peronismo a alinearse detrás de él. El aumento internacional del precio de los alimentos y una moneda devaluada y competitiva permitió que la economía argentina creciese por arriba del 8% entre 2005 y 2007. Con el impulso a los juicios por crímenes de lesa humanidad, Kirchner se convirtió también en el referente de las organizaciones de derechos humanos. Muchos jóvenes educados en el neoliberalismo de los noventa vieron en la versión progresista del peronismo una razón para entrar en la política.

Con el viento de cola regional, Kirchner entregó ayudas estatales a los más desfavorecidos —la pobreza pasó del 50% al 30%—, potenció el consumo interno y enarboló otra bandera, la del desendeudamiento. En enero de 2006, el Gobierno canceló de forma anticipada casi 10.000 millones de deuda con el Fondo Monetario Internacional. Después de cuatro años de presidencia, Néstor Kirchner eligió a su esposa como sucesora. Cristina Kirchner completó dos mandatos mandatos consecutivos. En esos años se aprobaron las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, que pusieron a Argentina a la vanguardia de los derechos de las minorías sexuales.

Desgaste

En 2015, tras doce años en el poder, el desgaste del kirchnerismo era evidente. La crisis del campo de 2009 —provocada por un aumento de impuestos que tuvo que ser retirado— le puso en contra al motor económico del país sudamericano. Superó el golpe, pero la ralentización económica se aceleró desde entonces, al igual que la inflación, y se revirtió la curva descendente de la pobreza, pese al apagón estadístico para ocultarla. Massa supo leer por aquellos años la debilidad del kirchnerismo y lo atacó: saltó a la cancha en las elecciones legislativas de 2013 y ganó como opositor. En 2015, sin embargo, su ambición de llegar a la presidencia por fuera del aparato peronista terminó en un fracaso rotundo.

Macri fue el vencedor de esas elecciones y con su llegada a la Casa Rosada en 2015 el kirchnerismo fue dado por muerto. Cristina Kirchner ni siquiera logró retener su gran bastión, la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país. La macrista María Eugenia Vidal fue elegida gobernadora bonaerense. Pero el kirchnerismo se reinventó durante el mandato de Macri y en 2019, con el país sumido en una crisis económica y de nuevo endeudado con el Fondo Monetario Internacional, regresó a la presidencia con una fórmula encabezada por Alberto Fernández y con Kirchner como vicepresidenta.

La alianza interna se rompió pronto y el binonio gobernó enfrentado. Massa aprovechó las peleas para tomar el poder desde dentro, como súper ministro de Economía. Un año después, el apoyo de los gobernadores le permitió imponerse como candidato de unidad del peronismo, pese a permitir después una competencia desigual con el referente social Juan Grabois en la interna partidaria.

La decepción de los argentinos con el Gobierno es enorme. Entre las primarias de 2019 y las de 2023 el peronismo kirchnerista perdió casi la mitad de los votos: pasó de 12,2 millones a 6,4 millones. Ganó sólo en cinco provincias, aunque entre ellas está la pieza más codiciada, la de Buenos Aires. El kirchnerismo apuesta por replegarse allí en caso de derrota y la oposición busca lo contrario, arrebatarle ese posible refugio. Será el gran campo de batalla de cara al 22 de octubre.

“Ni para atrás ni a la derecha. Derecho al futuro”, rezan los carteles electorales para la reelección a gobernador bonaerense del kirchnerista Axel Kicillof. No hay ni rastro de la alianza oficialista Unión por la Patria en la propaganda, en un intento por despegarse de la suerte de Massa en la carrera presidencial.

El alejamiento de Kirchner en la recta final de la campaña de Massa y su silencio desde la derrota electoral en las primarias inquietan a unas bases aún desconcertadas —y enojadas— por el trasvase de votos en las barriadas pobres desde el kirchnerismo hacia el ultra Milei. Si hace 20 años la salida fue por izquierda, hoy el país busca la puerta de la derecha.

Desde Unión por la Patria aseguran que la vicepresidenta está comprometida con la campaña electoral y niegan que el fin del kirchnerismo esté cercano. “Es lo de siempre: si está mucho es porque está mucho y si no está es porque no está. Es difícil encontrar un punto medio”, señala una fuente de la coalición peronista. Las urnas tendrán la última palabra./ EL PAÍS