Motor de años 50 podría ser útil en conquista del espacio
La tecnología de los años 50 puede ahorrar hasta un tercio
del combustible utilizado y podría aplicarse al diseño de aviones orbitales,
acercándonos a la próxima generación de aeronaves espaciales.
Los cohetes modernos tienen esencialmente el mismo diseño de
motor, con una tobera en forma de campana que concentra el escape en un punto.
De este modo, se supera la fuerza de gravedad de nuestro planeta y se controla
la dirección exacta en la que la nave espacial se aleja de la Tierra.
Estos motores, aunque eficaces, no están diseñados para
proporcionar el mejor rendimiento a todas las altitudes. Por eso, entre otras
razones, los cohetes espaciales modernos tienen que constar de varias etapas,
lo que dificulta mucho la reducción de la masa de la nave espacial y elevar una
carga útil mayor que la que llevan actualmente.
Sin embargo, una vieja tecnología que existe desde mediados
del siglo XX podría resolver este problema. Polaris, una empresa aeroespacial
alemana, está a punto de resucitar un diseño de motor espacial de los años 70
llamado aerospike.
Una característica especial de los aerospikes es que pueden
reducir el peso total de los cohetes y aumentar la carga útil que pueden
transportar. Esta característica podría convertirlos en el propulsor ideal para
la próxima generación de naves espaciales.
Estos motores reducen el consumo de combustible hasta en un
30% y pueden adaptarse a diferentes presiones de aire a distintas altitudes.
Polaris afirma que, dependiendo del escenario de la misión,
estos motores podrían aumentar la masa de la carga útil, reducir el peso al
despegue del vehículo y mejorar el rendimiento, la velocidad, la altitud y el
alcance. La empresa alemana va a utilizar los últimos avances en impresión 3D
para producir estos motores y para llevar a cabo esta tarea.
Los aerospikes son los más adecuados para aviones espaciales
planos. Estos aparatos pueden despegar y aterrizar como un avión en la Tierra y
viajar como una nave espacial fuera de la atmósfera.
Construir una aeronave de este tipo es un reto que aún nadie
ha sido capaz de superar. Por ejemplo, el transbordador de la NASA se parecía a
un avión, pero no podía abandonar la órbita terrestre sin un gigantesto
depósito de combustible y dos cohetes propulsores que se desprendían en cuanto
la nave alcanzara una altitud deseable.
El último intento serio de construir un vehículo de este
tipo se realizó a finales de los años 90, a partir de diseños de Lockheed
Martin, pero se desechó en 2001 por problemas técnicos. Ahora Polaris quiere
insuflar nueva vida a la tecnología, tras haber recibido dinero del Gobierno
alemán para un contrato.
La empresa quiere mejorar la eficiencia de los aviones
espaciales, reduciendo la resistencia aerodinámica durante el vuelo de crucero
con turbina o el vuelo de reentrada con planeador, así como resolviendo los
posibles problemas durante el despegue o el aterrizaje.
Polaris tiene previsto construir una maqueta de demostración
que será más grande y pesada que las tres probadas anteriormente por la
empresa, lo que supondrá un gran avance en la industria astronáutica.