Batalla de ideas
En un discurso oficial, y en la perspectiva del bicentenario
de 2025, se convocó a la Batalla de Ideas. Este concepto tiene larga data, lo
enunció Marx en el siglo XIX. El filósofo judío alemán sostenía que una batalla
conceptual es tan importante como la lucha revolucionaria en las calles. A mi
entender, la confrontación de ideas es humanamente superior. Los conceptos se
refutan mientras que en las calles se sacrifican vidas humanas.
Cuba asumió la Batalla de Ideas en 1999 como el principio
rector de su tercera revolución educacional. En este nuevo tiempo de asimetrías
globales impuesto por la revolución tecnológica, en la isla se preparan para
una economía del conocimiento. Todo un desafío inconmensurable dada sus
condiciones marginales. Además, esta revolución educacional se lleva con una
voluntad férrea (yo diría anacrónica) de insistir en su combate contra el
imperio americano. Hoy en día, son enormes consorcios planetarios, con poderes
fácticos (los llamados Big Tech), los
que están por encima de todos (incluidos los gringos) a través de un simple
teléfono móvil.
En nuestro medio, desarrollar una Batalla de Ideas y una consecuente revolución
educativa hacia una economía del conocimiento tiene muchas aristas y paradojas
que las resumo en preguntas: ¿hacia dónde se dirigiría nuestra revolución
educativa? ¿como un refrito de la Revolución Cultural de la China maoísta donde
se perdieron décadas y vidas humanas sin razón alguna? ¿encuevándonos como en
el Reino del Bután bajo un hermético andinocentrismo? ¿o, por el contrario,
aprendiendo de las lecciones pragmáticas y lúcidas de los países asiáticos como
Corea del Sur, Singapur y de la China actual?
En este siglo tenemos muchos ejemplos donde el pragmatismo
de acción se ha impuesto al dogmatismo político del siglo pasado. Y, en esa
lógica contemporánea, no podemos seguir con la obstinación de pretender una
hegemonía gramsciana en un Estado Plurinacional. Se insiste en formar a una
treintena de nacionalidades bajo una sola razón de ser, hacia un único sentido
social, desconociendo la riqueza cultural y política de todas nuestras
nacionalidades. Es una contradicción estructural de base: un Estado
Plurinacional contemporáneo es la antítesis de cualquier dogmatismo hegemónico.
Debemos refundar el Estado boliviano en una Batalla de Ideas acorde a los tiempos plurales que vive el planeta, con sinergias compartidas, superando desencuentros con empatías sociales y aperturas de género; y, sobre todo, con otra visión política tanto del oficialismo como de la oposición, que renueven conceptos e ideas para enfrentar el periodo de sometimiento más desalmado y desigual de la historia.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto