En prevención, ni un paso atrás
La riada del 19 de febrero de 2002 puso al descubierto
cuán vulnerable era La Paz ante la naturaleza. Una inédita y feroz granizada,
seguida de una torrencial lluvia, dejó alrededor de 60 muertos y una ciudad
colapsada. Era, además, el corolario de años de descuido y de poner el
maquillaje por delante de las prioridades.
A partir de ese momento, las administraciones municipales
de Juan Del Granado y Luis Revilla tomaron en serio el desafío de la gestión de
riesgos para que no se repita una tragedia similar o aún peor. Fueron casi dos
décadas de inversiones, obras, proyectos, programas y campañas para tener una
comunidad más segura ante los eventos adversos.
Las construcciones, los datos, los informes de auditorías
y las memorias institucionales están ahí y pueden ser revisadas las veces que
sean necesarias. Quienes lo hagan y saquen conclusiones opuestas a una realidad
incontrastable en un tema que hace a la protección de la vida en una ciudad
llena de complejidades, solo puede ser producto de algún tipo de desvarío
senil.
El temor de estar inermes ha vuelto y eso también es un
dato de la realidad, sobre todo en barrios construidos cerca de los ríos. El
temor reina en las riberas de los ríos Irpavi, Huayñajahuira y La Paz, en la
zona Sur, o en cercanías del río Orkojahuira, en la ladera Este. En el día los
vecinos de esos sectores colaboran con efectivos de Defensa Civil y
funcionarios municipales para reencausar las corrientes e instalar defensivos,
y en la noche escuchan el rugir de las aguas que arrastran piedras y cuanto
material es hallado a su paso.
Los habitantes de otras zonas, Bajo San Isidro, en el
macrodistrito San Antonio, o Jinchupalla, en Cotahuma, por ejemplo, esperan que
la tierra deje de moverse y que ya no se produzcan nuevas mazamorras. En
general, la gente en el municipio sede de gobierno anda alerta sobre la
aparición de sifonamientos y hundimientos de vías que amenazan con tragarse vehículos
con gente adentro.
Un momento, dirán los defensores de la actual gestión
municipal. ¿Acaso las lluvias no están causando estragos en los nueve
departamentos con más de 15.000 familias afectadas y más de 40 personas muertas
a nivel nacional? Perderse en la generalidad del panorama puede relativizar lo
que está ocurriendo en nuestro territorio donde las lluvias continúan
castigando, los ríos siguen generando peligro y los afectados vienen exigiendo
que se dicte alerta roja como respuesta de fondo.
Solo hay que recordar que la ciudad de La Paz se
convirtió en las dos primeras décadas del siglo XXI en un ejemplo de políticas
públicas y labores de prevención, dentro y fuera del país, pese a su compleja y
peligrosa topografía, y los 364 ríos que cruzan por la mancha urbana.
Se escuchó del actual Alcalde de La Paz que en 2023 se
invirtieron entre 80 y 100 millones de bolivianos y que, de no haberse
ejecutado esa cantidad de recursos públicos, el panorama habría sido trágico
este año. Lo que no existe hasta el momento es una explicación coherente y
detallada de alguna autoridad municipal sobre el cómo en las gestiones 2021,
2022 y 2023, además de lo proyectado para este año.
Polemizar con los vecinos o mostrarse enfurecido en las
conferencias de prensa no son las mejores actitudes para quien conduce la
ciudad que avanzó bastante en la gestión de riesgos y no puede darse el lujo de
retroceder. Al contrario, lo que requiere es mantener o, en su caso, mejorar el
desempeño en un área delicada, especializada y de mucho compromiso institucional,
ahora que el cambio climático ha comenzado a pasar la factura a nivel global.
Las emergencias lamentablemente no pasarán cuando cesen
las intensas lluvias que están cayendo sobre el municipio de La Paz y otras
partes del país. El agua que está remojando terrenos, quebradas, aires de ríos
y otros sectores se evaporará y cuando eso suceda, la tierra se aflojará y
pueden presentarse colapsos y deslizamientos. Ojalá que no ocurra, pero es
mejor alertar porque de lo que se trata es proteger la vida en el municipio de
La Paz.
Por casi dos décadas se aplicó un modelo de gestión y
prevención de riesgos, entendiendo primero el tipo de ciudad que tenemos y, por
supuesto, sus complejidades, comprendiendo que la vida en comunidad pasa por
superar las vulnerabilidades, pero no de manera episódica, haciendo que la
resiliencia sea patrimonio de todos. Se trata de un área en la que La Paz no
puede dar un paso atrás porque está en juego el destino colectivo.