Palestina
Complejo tema el de las relaciones consigo misma de una
Humanidad única que se siente escindida por infinidad de divisorias económicas,
políticas, sociales, culturales, estratégicas, algunas fácticas, otras
imaginarias, siempre relevantes.
Comencemos por la agenda del antisemitismo, tema esgrimido
como arma retórica de destrucción masiva con la cual se pretende a veces tener
razón sin suministrar argumentos. Según la Biblia, era Sem uno de los hijos de
Noé, reprobado por burlarse de la embriaguez de su padre. De él descenderían
los pueblos que hablan lenguas semíticas vinculadas con el hebreo, tales como
el arameo, el asiri, el babilonio, el sirio, el fenicio y el cananeo, el cual
incluye a las lenguas del Cercano Oriente, entre ellas el árabe. Por extensión,
se acostumbra discriminar como semitas a los pueblos del Islam.
Por tanto, tan antisemita es quien discrimina o persigue
judíos, como el que persigue, discrimina o extermina musulmanes y árabes.
Las razas no existen, decía ya José Martí. Ninguna
peculiaridad genética nos vincula con un credo religioso o político. Nuestras
opiniones y creencias son inculcadas socialmente o desarrolladas de manera
interna a partir de experiencias y razonamientos.
El poder, la riqueza y la religión heredadas destruyen la
igualdad e imposibilitan la convivencia. El historiador hebreo Schlomo Sand,
profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Tel Aviv, parece haber
demostrado que la mayoría de quienes actualmente profesan el judaísmo no
descienden genéticamente de los antiguos pobladores de Judea, sino que fueron
convertidos a dicha religión mediante intenso proselitismo en Europa, África y
Asia, y entre otras muchas regiones en España, Holanda, La Meca, la Península
Arábiga y Yemen.
Los hebreos son una Nación, en cuanto grupo humano que
comparte un conjunto de valores culturales y aspira a que éstos perduren, al
igual que son naciones todos los pueblos de la tierra.
Toda Nación tiene el derecho de aspirar a constituirse en
Estado, pero todo Estado tiene asimismo el derecho de resistirse a ser
destruido al extremo de que sus habitantes queden reducidos a nación.
Israel sólo tuvo un Estado propio entre el reino de David y
la conquista asiria, los años 1000 y 722 antes de Cristo, vale decir, hace unos
3.000 años.
Por el tratado secreto Sykes-Picot, Francia, Rusia e
Inglaterra se comprometieron en 1917 a repartirse los territorios del Oriente
Próximo que habían estado bajo dominio de Turquía.
El mismo año, la Declaración Balfour afirmó que “El Gobierno
de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un
hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para
facilitar la realización de este objetivo”. La ocupación británica se prolongó
hasta 1947, cuando fue sustituida por la ocupación de la ONU, que planteó crear
dos Estados, uno árabe y otro judío.
Para ninguno de estos tratados, declaraciones ni planes
aportaron las potencias que los redactaron ni un centímetro de territorio
propio: acordaron sacrificarles el territorio de Palestina, sin consultar
tampoco a los palestinos, legítimos habitantes y poseedores continuos,
ininterrumpidos e inmemoriales del mismo.
El disparate de retrotraer Palestina –pero no a las
potencias ocupantes- a una mítica situación geopolítica de hace tres milenios,
sólo podía imponerse por la fuerza. En 1948 los armados colonos israelíes
agredieron Palestina, usurparon 78% del territorio, expulsaron 780.000
lugareños, les robaron sus bienes, y tras sucesivas victorias militares la
convirtieron en el campo de concentración más grande del mundo, limitado por
laberintos de infranqueables murallas y regido por el apartheid, estatuto de
discriminación repetidamente condenado por las organizaciones internacionales.
A pesar de ello, Palestina fue reconocida como Estado por la mayoría de los
países de la ONU en 2012
Visité las fronteras llenas de ametralladas edificaciones y
los campos de refugiados del éxodo palestino en Líbano, zonas de agobiante
hacinamiento, con callejuelas de un metro de ancho y pobladores a quienes se
prohíbe ejercer unas ochenta profesiones en el país que los acoge. De una
docena de millones de palestinos, más de la mitad ha sido forzada a vivir fuera
de su patria.
Quienes se proclaman instrumentos de Dios usualmente usan a
Dios como instrumento. Lo que se debate en Palestina no es la primacía entre
dos religiones que adoran al mismo Dios con rituales diferentes, sino la
agresión armada del colonialismo contra pueblos que se niegan a ser despojados
y exterminados.
Kennedy planteó una “relación especial” con Israel. Desde el
gobierno de Lyndon Johnson, Estados Unidos y la Otan arman, asisten y financian
a dicho país de manera continua y creciente a fin de mantener una cuña militar
que facilite la rapiña sobre la energía fósil del Cercano Oriente. El
secretario de Estado de Ronald Reagan, Alexander Haig, declaró que “Israel es
el mayor portaaviones estadounidense, es insumergible, no lleva soldados
estadounidenses y está ubicado en una región crítica para la seguridad nacional
de Estados Unidos”.
Declaró Biden que su apoyo a Israel es “sólido como una roca
e inquebrantable”. Gracias a ello, el sionismo detenta unas 400 bombas
atómicas; dos portaaviones estadounidenses cercan la costa, dos mil soldados
han sido destacados a la región; aviones, proyectiles y cohetes de la gran
potencia norteña arrasan Gaza a pesar de que las leyes yankis vetan utilizarlos
contra civiles; más de cinco mil palestinos han sido asesinados en una semana y
otros dos millones de ellos agonizan en un campo de concentración al cual los
bloqueadores no dejan llegar electricidad, combustible, medicinas, alimentos ni
agua.
No hay guerra sin atrocidades porque no hay mayor atrocidad
que la guerra. Podemos entender aunque no excusar las extralimitaciones de la
víctima, pero no legitimar las del verdugo.
Mueve a solidaridad hacia un pueblo el cúmulo de atropellos
cometidos en su contra. Nadie más merecedor de ella que el palestino, víctima
de casi todos los crímenes y autor apenas del delito de defenderse.
Mientras una potencia y sus cómplices se atribuyan el
derecho de exterminar mediante bloqueos al resto de la humanidad, todos somos
palestinos.