¿quieres ser feliz?
Imagino que sí, como todo ser humano. Los filósofos de la
antigüedad opinaban que el objetivo último de la vida humana es la búsqueda de
la felicidad. Santo Tomás de Aquino asegura que, en todo lo que hace, incluso
cuando practica el mal, el ser humano está en busca de su propia felicidad.
Dice la leyenda que un hombre muy rico vendió todos sus
bienes y partió a recorrer el mundo dispuesto a comprar la felicidad. Fue a
buscarla en todos los rincones del planeta. Hasta que, al atravesar el
desierto, vio un grupo de tiendas. Era un mercado. Al frente de una de ellas
había un letrero: “Aquí, felicidad”. Al entrar, el hombre se topó con un
mostrador detrás del cual había una hermosa joven.
“¿Es aquí donde venden felicidad?”, preguntó. La joven lo
miró sorprendida y le respondió: “No la vendemos, señor. ¡La damos gratis!”
“¿Gratis?”, le respondió el ricachón estupefacto. “Entonces la quiero, porque
hace años que la busco”.
La joven fue al fondo de la tienda y regresó con un estuche
del tamaño de una caja de fósforos. Se lo dio al forastero que, asombrado, lo
abrió y vio en él varias semillas.
“Pero… ¿qué es esto? ¡¿Yo quiero felicidad y me da una caja
de semillas?!” La joven tomó la caja, esparció las semillas sobre el mostrador
y le dijo: “Mire, esta es la semilla de la amistad; esta, la de la solidaridad;
esta, la del hambre de justicia; esta, la del desprendimiento. Si sabe
cultivarlas, será un hombre muy feliz.”
Todos los filósofos concuerdan en que la felicidad es la
finalidad de la actividad humana, aunque propongan caminos diferentes para
alcanzarla.
Hay que distinguir la felicidad del placer. El consumismo
capitalista intenta convencernos de que la felicidad es el resultado de la suma
de placeres. Si usa esta tarjeta de crédito, maneja este auto, hace este viaje,
bebe este vino, etc., será feliz. No hay más que ver la propaganda de la Coca
Cola, centrada en la palabra “felicidad”.
El placer es efímero, halaga el ego y los sentidos. Cuando
acaba, muchas veces se siente un vacío o incluso una frustración. La alegría es
un estado del espíritu pasajero, momentáneo, que carece de permanencia.
¿Y qué es la felicidad?
Hay distintas respuestas. Para Epicuro, es la ausencia de
dolor y sufrimiento. Para Kant, la satisfacción de todos nuestros deseos.
Leibniz considera que “es el placer del alma cuando considera garantizada la
posesión de un bien presente o futuro”. Y Espinoza arremete: “Mientras mayor es
la alegría que disfrutamos, más pasamos a un estado de mayor perfección y
participamos de la naturaleza divina”.
Epicuro afirma que para ser feliz basta con satisfacer
nuestras necesidades naturales, ya que los placeres no naturales son
ilimitados, pozos sin fondo que aumentan constantemente sus exigencias y nunca
producen una plena satisfacción. Por eso muchas veces provocan infelicidad,
porque estimulan el canto de sirena de querer siempre más y más. Sostiene que
la búsqueda de la felicidad debe ser pautada por la práctica de la virtud. Para
los estoicos, la virtud es, en sí misma, la felicidad. Sobre todo la
moderación, porque quien la abraza les pone riendas a los deseos, que son
infinitos.
El cristianismo, manipulado por las elites feudales, y más
tarde capitalistas, trasladó la felicidad de la tierra a las esferas
celestiales. Hay que soportar el sufrimiento en esta vida para merecer el
Paraíso… El capitalismo, sin descartar la religión, decidió anticipar a esta
vida, para sus elegidos (los que poseen riqueza), las delicias paradisíacas. El
consumismo, perfumado de hedonismo, despierta la ilusión de que todos nuestros
deseos pueden ser satisfechos… ¡basta tener dinero!
Muchos filósofos, como Aristóteles, sostienen que una de las
condiciones prioritarias para ser feliz es tener amigos y amigas. Amplíese el
concepto para que abarque relaciones sociales de colaboración, valores e
ideales. Y es aquí donde el asunto se complica. Los nuevos avances técnicos y
científicos, como las redes digitales, provocan la atomización de los
individuos y deshacen los vínculos de solidaridad y sociabilidad. El contacto
personal es sustituido por el aislamiento en la “burbuja”; el diálogo, por el
monólogo; la reflexión, por la simple reproducción de mensajes. En la ventana
electrónica se exacerban el individualismo y el narcicismo, hasta el punto de
que bandidos notorios no vacilan en exponer los lujos de que disfrutan como
resultado de sus delitos.
La cultura consumista inherente al capitalismo propone el
placer como simulacro de felicidad. Impone un deber: hay que ser bello, esbelto
y, si es posible, tener millones de seguidores en las redes digitales.
En el libro Le bonheur paradoxal (París, Gallimard, 2006),
el sociólogo G. Lipovertsky señala que vivir bien (no confundir con el “buen
vivir” de los indígenas andinos) es la nueva religión de nuestras sociedades
democráticas. Se ha transformado en una especie de tiranía. Se ha convertido en
un ideal exaltado y cantado en prosa y verso en todos los espacios.
El resumen, el hiperconsumo se presenta hoy como el camino
más viable para alcanzar la felicidad. Añádase la buena salud, la ausencia de
desgracias o sufrimientos y el bienestar. Y, como cereza del pastel, el poder,
sea el que sea.
Ahora bien, la búsqueda de ese “ideal” en una sociedad tan
desigual genera una frenética competencia. Quienes se dejan impregnar por esa
necrocultura sufren de una profunda angustia provocada por el miedo a “fallar”.
Miedo a empobrecerse, miedo a engordar; miedo a no ser reconocidos, miedo a ser
desplazados del centro de la atención, etc. Y allá va la terapia, la autoayuda,
las patologías físicas y mentales: úlcera, infarto, depresión.
¿Cómo escapar de ese círculo infernal y alcanzar la
felicidad? No veo otro camino que no sea cambiar de valores. Evitar la envidia
y profundizar el desprendimiento. Pasar de la competitividad a la solidaridad,
del bullicio al silencio, del individualismo al afecto, del exhibicionismo a la
modestia. Tener buenas amistades y aprender lo más difícil: gustarse a uno
mismo.
Pero, ¿qué es la felicidad? Es la plenitud del espíritu
cuando se es capaz de prescindir de todos los bienes externos. ¡Que lo digan
los místicos!
*Frei Betto es coautor, junto a Leonardo Boff y Mário Sergio
Cortella de Felicidade foi-se embora? (Vozes).